Pude haber cogido otra calle. El destino me guió en sentido
contrario. Vi a una joven sentadita, solita, al frente de un negocio que vendía
cientos de películas por una bagatela. La gente del que fuera mi barrio,
cerquita de mi escuela primaria Abraham Castellanos, frente al Jardín del Carmen, en el centro histórico de la
ciudad de México, producía millones de estos discos.
¡Cómo iba a comprar la
gente pobre las películas originales que costaban hasta 200% más? Los que
venden estas películas a 10 pesos, muchas veces sufren que llegue la corrupta
policía y se lleva hasta los tendederos donde las exhiben, los aparatos de TV
que las reproducen y todo lo que se compró con los ahorros se va, de repente.
Pasan a las ávidas manos de los gendarmes. Ellos aguantan este saqueo con
resignación y hasta cooperan entregando la mercancía adquirida con sacrificios.
Pero, al día siguiente, a pesar de todos los contratiempos y
anuncios en contra de la piratería, los comerciantes en pequeño volvían a
llenar su tendajón, con nuevas.
Esa mujer no sonreía pero tenía un semblante amable. Era
bonita. Tenía una ojos negros grandotes y se adivinaba un cuerpo hermoso debajo
de los pantalones de vaquero y unos senos pequeños y preciosos debajo de la
camisa.
También, Lupita vendía shorts y camisas deportivas.
Paseé por la pequeña habitación. No sabía que de noche al
bajar la cortina ella se acostaba al lado de su marido sobre el piso. Como no aparté ningún producto, ella me
preguntó si deseaba ver algunas pornográficas.
--Al fondo tengo una colección. Si quiere le pongo las que
guste para que escoja.
Me dejó en ese rincón. Lo que vi me excito. Toque mi erecto
pene y salí.
Le dije que me diera la película que más le gustaba y escogí
un short y una camisa. La invité a mi fiesta.
--Gracias. Veré si puedo ir.
Anotó la dirección
Entonces, fui al grano. Le dije que estaba buscando alguna
mujer que me ayudara a atender a mi benjamín.
--Hace un rato invité a unas vecinas tuyas a ver si alguna
le interesa ese trabajo. Me urge.
Ella me preguntó por su edad.
--Tiene cuatro años.
Se puso triste. No recuerdo que haya dicho nada.
Ni ella ni yo sabíamos que estaríamos unidos diariamente,
solidariamente, amorosamente, alrededor de Tom y de una pasión que comenzó de
modo comercial, ofreciéndole dinero. Lupita anotaba en un cuaderno las veces y
las cantidades para asegurarse de que no hiciera trampa.
La primera vez, en mi cuartito, con un espejote en el techo,
del tamaño de la cama, con una puerta de baño con un desnudo femenino biselado
y con muchos recuerdos, libros raros y, en fin, una unidad aparte de la casona,
que tenía estufa, mesa de azulejos y que era en verdad, una suite, ella se me
apareció de espaldas mostrándome parte de su maravilloso trasero.
Oh, God! Qué obsequio, que espléndido regalo. Hicimos el
amor por vez primera y jamás olvidaré esa ocasión que aún ahora la tengo vívida
en mi febril memoria.
No se tú.
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