jueves, 11 de octubre de 2018

Lupita no s tú


Pude haber cogido otra calle. El destino me guió en sentido contrario. Vi a una joven sentadita, solita, al frente de un negocio que vendía cientos de películas por una bagatela. La gente del que fuera mi barrio, cerquita de mi escuela primaria Abraham Castellanos, frente al Jardín  del Carmen, en el centro histórico de la ciudad de México, producía millones de estos discos.
¡Cómo iba a comprar la gente pobre las películas originales que costaban hasta 200% más? Los que venden estas películas a 10 pesos, muchas veces sufren que llegue la corrupta policía y se lleva hasta los tendederos donde las exhiben, los aparatos de TV que las reproducen y todo lo que se compró con los ahorros se va, de repente. Pasan a las ávidas manos de los gendarmes. Ellos aguantan este saqueo con resignación y hasta cooperan entregando la mercancía adquirida con sacrificios.

Pero, al día siguiente, a pesar de todos los contratiempos y anuncios en contra de la piratería, los comerciantes en pequeño volvían a llenar su tendajón, con nuevas.

Esa mujer no sonreía pero tenía un semblante amable. Era bonita. Tenía una ojos negros grandotes y se adivinaba un cuerpo hermoso debajo de los pantalones de vaquero y unos senos pequeños y preciosos debajo de la camisa.
 
También, Lupita vendía shorts y camisas deportivas.
Paseé por la pequeña habitación. No sabía que de noche al bajar la cortina ella se acostaba al lado de su marido sobre el piso.  Como no aparté ningún producto, ella me preguntó si deseaba ver algunas pornográficas.
--Al fondo tengo una colección. Si quiere le pongo las que guste para que escoja.
Me dejó en ese rincón. Lo que vi me excito. Toque mi erecto pene y salí.
Le dije que me diera la película que más le gustaba y escogí un short y una camisa. La invité a mi fiesta.
--Gracias. Veré si puedo ir. 
Anotó la dirección
Entonces, fui al grano. Le dije que estaba buscando alguna mujer que me ayudara a atender a mi benjamín.
--Hace un rato invité a unas vecinas tuyas a ver si alguna le interesa ese trabajo. Me urge.
Ella me preguntó por su edad.
--Tiene cuatro años. 

Se puso triste. No recuerdo que haya dicho nada.
Ni ella ni yo sabíamos que estaríamos unidos diariamente, solidariamente, amorosamente, alrededor de Tom y de una pasión que comenzó de modo comercial, ofreciéndole dinero. Lupita anotaba en un cuaderno las veces y las cantidades para asegurarse de que no hiciera trampa.
La primera vez, en mi cuartito, con un espejote en el techo, del tamaño de la cama, con una puerta de baño con un desnudo femenino biselado y con muchos recuerdos, libros raros y, en fin, una unidad aparte de la casona, que tenía estufa, mesa de azulejos y que era en verdad, una suite, ella se me apareció de espaldas mostrándome parte de su maravilloso trasero.
Oh, God! Qué obsequio, que espléndido regalo. Hicimos el amor por vez primera y jamás olvidaré esa ocasión que aún ahora la tengo vívida en mi febril memoria.
No se tú.
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 https://youtu.be/iED5ZHGlhQ4
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