jueves, 11 de octubre de 2018

La institutriz


La familia Quintana me recibió con gusto. Su jefe, el erudito bíblico, me regaló su manuscrito sobre la calendarización de los libros sagrados y las hermosas muchachas, la simpática madre y mi nuevo amigo se comprometieron a ir al día siguiente a mi casa a celebrar mi cumpleaños. La señora llevaría un guiso para todos.


De vuelta, por primera vez pasé por una calle que luego me sería muy familiar y eje importante de mi vida. En la esquina había una tienda de películas piratas y se exhibían prendas de vestir para caballeros. Sentadita, al frente del negocio, estaba una joven de rara belleza. La saludé con mucha cortesía y me puse a ver la ropa y las películas exhibidas. Entonces, ella me dijo que en el fondo había películas pornográficas que no podía poner al frente y me invitó a pasar. Me puso una y se retiró. Al rato salí y le dije que no me interesaba.
La invité a ir a mi fiesta y me respondió que intentaría ir. Le hablé de que estaba buscando una persona que cuidara a mi hijito de cuatro años. Pareció muy interesada en convertirse en la institutriz de ese niño que aún no conocía.
No fue al cumpleaños, pero al día siguiente llegó a mi casa. Sorprendido, experimenté, sentí en el fondo de mi corazón una gran felicidad. Esa bella mujer me pareció encantadora, sencilla y muy discreta e inteligente.
Estaba empezando uno de los capítulos más bellos de mi vida. Sentí amor a primera vista. No sabíamos que correríamos muchas aventuras en la capital de la república, en Acapulco, en bellos lugres de Morelos y en la Habana, Cuba. Por más de una docena de años fuimos amigos, amantes y dependimos uno del otro.
Pero, sobretodo, mi hijo tuvo una madre putativa que lo ayudó bastante a cumplir con su tareas, que lo llevaba a los entrenamientos de futbol,. que le cocinaba ricos platillos y que le daba caricias, abrazos y besos maternales. LO cuidaba, lo mimaba y lo protegía


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